Antonio Baylos ha puesto el dedo en la llaga en su reciente escrito SOBRE EL PESIMISMO SINDICAL (A PROPÓSITO DE UNA INTERVENCIÓN DE JOSE MARIA FIDALGO) Nótese de qué manera el autor entra en el carácter orgánico de las palabras de JMF, rehuyendo, por inútil e innecesario, el tradicional ajuste de cuentas o el enfoque “personal”. El punto de vista de Baylos, que un servidor comparte, se dirige al “pesimismo” de JMF.
Yo diría, además, que el pesimismo del antiguo dirigente sindical está al margen de los acontecimientos. Para argumentarlo vamos a recurrir a un famoso verso de nuestro pre-renacentista Juan de Mena. El poeta cordobés explica, a propósito de los agüeros de un consejero aúlico que antes de salir a navegar estaba incordiando por lo que creía malos augurios, que el Almirante calmosamente respondió: “Non los agüeros, los fechos sigamos”. Pues bien, vamos a los “fechos”.
Los hechos indican que, de un tiempo a esta parte, hay un proceso de movilizaciones, sectoriales y generales, así en España como en una gran cantidad de países de la Unión Europea. Están en la alacena de la memoria del público en general. La más significativa ha sido la huelga general italiana que ha concitado una amplísima unidad social de masas. La no adhesión a la convocatoria por parte de la CSIL y la UIL (algo recurrente desde hace algunos años) no quita importancia al océano participativo del caso italiano, antes al contrario lo refuerza. Otra cosa –por supuesto, preocupante— es la pesimista actitud (por decirlo con palabras benevolentes) de esos dos sindicatos no convocantes. En el caso español sería de cegatos no ver lo que está en movimiento. Así, pues, hablar como lo ha hecho JMF es un disparate que, lo menos significativo para el caso (si queremos “despersonalizar” la cuestión) es si es consciente de lo que afirma. Algo así como la famosa frase de Talleyrand: peor que un crimen, es un error. Lo que debe entenderse como una metáfora en el caso que nos ocupa.
Me viene al pelo unos recuerdos de antaño: en puertas de la famosa huelga general del 14 de Noviembre famoso de 1988 una batahola de comentaristas de toda condición se echaron las manos a la cabeza porque decían que dadas las circunstancias aquello acabaría en un ridículo espantoso. Tras lo sucedido tales personas silbaron en semitono, y hasta algunos dijeron: yo no he sido, no he sido yo.
Así pues, mi tesis es: lo de menos es el real o fingido compadrazgo de JMF; lo que importa es el carácter orgánico de lo que ha dicho. Está en la línea de toda una serie de escribidores pesimistas o nihilistas que, como el Guadiana, aparecen y reaparecen de tiempo en tiempo. La década de los ochenta y noventa fueron unos años en los que tuvieron un insólito éxito ciertos “best sellers” como El fin del trabajo de Jeremy Rifkin, El trabajo, un valor en vía de desaparición, de Dominique Meda o, para el gran público, El horror económico, de la novelista Viviane Forrester. Estos textos y otros tantos subproductos parecían dictar los contenidos y las formas del fin de la historia y los sindicatos, el final de todo proyecto de sociedad que tuviese como uno de sus sujetos el mundo del trabajo: las clases trabajadoras. Fue el éxito de esta literatura una de las señales más manifiestas del retraso con el que una gran parte de la cultura política europea percibió la cualidad del gran cambio que significó el final de la era fordista en la segunda mitad del siglo pasado.
Yo diría, además, que el pesimismo del antiguo dirigente sindical está al margen de los acontecimientos. Para argumentarlo vamos a recurrir a un famoso verso de nuestro pre-renacentista Juan de Mena. El poeta cordobés explica, a propósito de los agüeros de un consejero aúlico que antes de salir a navegar estaba incordiando por lo que creía malos augurios, que el Almirante calmosamente respondió: “Non los agüeros, los fechos sigamos”. Pues bien, vamos a los “fechos”.
Los hechos indican que, de un tiempo a esta parte, hay un proceso de movilizaciones, sectoriales y generales, así en España como en una gran cantidad de países de la Unión Europea. Están en la alacena de la memoria del público en general. La más significativa ha sido la huelga general italiana que ha concitado una amplísima unidad social de masas. La no adhesión a la convocatoria por parte de la CSIL y la UIL (algo recurrente desde hace algunos años) no quita importancia al océano participativo del caso italiano, antes al contrario lo refuerza. Otra cosa –por supuesto, preocupante— es la pesimista actitud (por decirlo con palabras benevolentes) de esos dos sindicatos no convocantes. En el caso español sería de cegatos no ver lo que está en movimiento. Así, pues, hablar como lo ha hecho JMF es un disparate que, lo menos significativo para el caso (si queremos “despersonalizar” la cuestión) es si es consciente de lo que afirma. Algo así como la famosa frase de Talleyrand: peor que un crimen, es un error. Lo que debe entenderse como una metáfora en el caso que nos ocupa.
Me viene al pelo unos recuerdos de antaño: en puertas de la famosa huelga general del 14 de Noviembre famoso de 1988 una batahola de comentaristas de toda condición se echaron las manos a la cabeza porque decían que dadas las circunstancias aquello acabaría en un ridículo espantoso. Tras lo sucedido tales personas silbaron en semitono, y hasta algunos dijeron: yo no he sido, no he sido yo.
Así pues, mi tesis es: lo de menos es el real o fingido compadrazgo de JMF; lo que importa es el carácter orgánico de lo que ha dicho. Está en la línea de toda una serie de escribidores pesimistas o nihilistas que, como el Guadiana, aparecen y reaparecen de tiempo en tiempo. La década de los ochenta y noventa fueron unos años en los que tuvieron un insólito éxito ciertos “best sellers” como El fin del trabajo de Jeremy Rifkin, El trabajo, un valor en vía de desaparición, de Dominique Meda o, para el gran público, El horror económico, de la novelista Viviane Forrester. Estos textos y otros tantos subproductos parecían dictar los contenidos y las formas del fin de la historia y los sindicatos, el final de todo proyecto de sociedad que tuviese como uno de sus sujetos el mundo del trabajo: las clases trabajadoras. Fue el éxito de esta literatura una de las señales más manifiestas del retraso con el que una gran parte de la cultura política europea percibió la cualidad del gran cambio que significó el final de la era fordista en la segunda mitad del siglo pasado.
Resumiendo: peor que un compadrazgo (si se trata de ello), es un error.