El Conseller de Cultura de la Generalitat de Catalunya, Ferran Mascarell, no ha podido resistirse y soltar su parte de la cuota de regüeldos que le corresponden en esta campaña electoral. Como todos sabemos, este caballero es sofisticado, leído y estudiado como pocos. Su diploma universitario le acredita como historiador. O sea, en mi pueblo dirían que tiene estudios. Lo que en principio puede ser tan serio como ejercer de talabartero diplomado.
Nuestro hombre es, además, una persona viajada. Ha participado en actos académicos en universidades de otros países, de un lado; y, de otro lado, ha sido miembro del Partido socialista de Cataluña, concejal del ayuntamiento de Barcelona, consejero del gobierno presidido por Pasqual Maragall y, posteriormente, se trasladó con armas y bagajes al gobierno de Artur Mas.
Nada que objetar: cada cual baja las escaleras como quiere, sabe y puede. Y, ¡faltaría más!, ir del caño al coro y del coro al caño es cosa personal y, a veces, intransferible.
El caso es que Mascarell, contagiado por unos y otros, decidió que un ´hombre de estudios´ como él no podía faltar a la cita de burdos disparates que tiene toda contienda electoral digna de ese nombre. ¿Por qué un intelectual que se precie va a dimitir de pasar a la posteridad reprimiéndo sus eruptos? Y manifestó, sobre chispa más o menos, que quien está contra el proceso independentista o es un predemócrata o un autoritario. La cita la tienen ustedes en el enlace de abajo.
Es verdaderamente chocante que un intelectual –un servidor no le niega el pan y la sal a nadie-- vea inaceptable que existan voces críticas, e incluso contrarias, al proceso soberanista catalán, y concretamente a lo que él mismo piensa. O su cerebro se ha ido desmejorando o este caballero también se ha contagiado de lo que una conmilitona suya ha indicado con no menor fuerza disparatada: quienes estén contra el proceso están con el Partido Popular. Una expresión que hunde sus raíces en la vieja sentencia de «o conmigo o contra mí», tan sobada por las culturas vejanconas de algunas tribus, cuyas voces son alargadas en el tiempo.
Tengo conocidos que enjuician las claves de lo manifestado por este Mascarell como se de un tarambana o un cantamañanas se tratara. Entiendo que esta es una opinión que no entra en el fondo del problema. Y, ciertamente, contempla una explicación bondadosa. No creo que los tiros vayan por ahí, con independencia de que sea –o no-- un cantamañanas o un tarambana.
A mi juicio se trata de algo más serio, y es cosa de decirlo sin tapujos: en este caballero se operó, no sé cuando, una quiebra del ethos entre medios y fines. O quizá dicha quiebra no es sobrevenida y tiene raíces más profundas. Sea como fuere en esa ruptura podría estar la explicación. A saber, según su lógica, si mis objetivos son la independencia de Cataluña, los medios a utilizar son una variable que está al margen de la ética. Lo que comportaría que mi discurso, y la práctica que se deriva de ello, contra los críticos o contrarios a la secesión tiene bula (más bien, barra libre) para enjuiciar a mis adversarios y actuar contr ellos. Que alcanza su extremismo en «o conmigo o contra mí».
Es, especialmente, la negación del pluralismo social, cultural y político. O sea, la base de las sociedades democráticas. Cuando este Mascarell figuraba en las filas socialistas no sabemos quién era su referente, pero cuesta creer que ello lo hubiera mamado de Manuel Serra i Moret o Josep Campalans, entre los antiguos, o posteriormente de Joan Reventós o Josep Pallach. Tampoco ha bebido de esa fuente en políticos catalanistas como, por ejemplo, Francesc Layret o Lluis Companys. Pero de algún abrevadero habrá sacado esa inspiración el conseller Mascarell.
Nuestro hombre es un dirigente político que ocupa la cartera de Cultura. Nos preguntamos: ¿a qué tipo de maneras apunta Mascarell en el caso (improbable) de un Estado catalán? Lo diremos pormenorizadamente: a la eliminación del conflicto social, por entenderlo como una agresión a dicho Estado; a laminar el pluralismo de todo tipo, ya que es una anomalía con relación a la homogeneización del Estado. O, si se prefiere, a entender lo uno y lo otro –el conflicto social y el pluralismo-- como elementos que se toleran en clave de fastidio que, por tanto, requieren la interferencia y represión del Estado. Nada que envidiar a las políticas del Partido apostólico y a Mariano Rajoy, el Empecinado Chico. Y, ciertamente, lo que todavía sonroja más es que este ideario parta de un hombre de cultura, de un intelectual, aunque a los mismos efectos es indiferente que viniera de un encofrador diplomado.
En resumidas cuentas, el evangelio según Mascarell, postula que somos «predemócratas o autoritarios» quienes no comulgamos con dicha Vulgata. Lo que indica que este caballero tal vez tenga en la cabeza la idea de poner en funcionamiento un Negociado de Pureza de Convicciones, que expendería sus correspondientes certificados. Se ha recuperado, pues, el viejo dicho: «Fuera de la Iglesia no hay salvación», que un cierto antepasado de Mascarell dejó dicho en tiempos de antaño.
Finalmente, sugerimos a Mascarell que –habida cuenta de que sus palabras pueden inspirarse en textos anteriores a la Ilustración — nos oriente en qué territorio intelectual posterior a la Ilustración se ha basado al formular su planteamiento. Mas que nada para que podamos corregir, si nos convence, este ejercicio de redacción.