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MERCADO Y DEMOCRACIA
Mucho se ha escrito sobre la relación entre «mercado» y «democracia» en este blog. Lo último es, como hemos dicho recientemente, lo que hemos comentado en Decide el mercado, afirma Enrico Letta. En todo caso, lo incongruente es el aire de resignación que se desprende de las palabras del primer ministro italiano: «decide el mercado». Que, en realidad, se retrotrae a épocas anteriores a
Decíamos que mucho se ha escrito sobre el asunto. En cierta ocasión Jean-Paul Fitousi preguntó a Kennet Arrow, el padre de la teoría pura de las economías de mercado, si el mercado era compatible con la democracia y si no había en las transformaciones en curso un retroceso de la democracia. El premio Nobel (1972) respondió sin pelos en la lengua: «El mercado no es compatible, en teoría, con ninguna forma de gobierno: ni con la democracia, ni con la oligarquía, ni con la dictadura» (1). Que es, aparentemente, una afirmación más rotunda que la expresada por Marx: «La combinación de democracia y capitalismo es una forma intrínsecamente inestable de organización de la sociedad, más la forma política de la revolución de la sociedad burguesa que su forma de vida normal» (las cursivas son nuestras).
Pues bien, sea como fuere (“incompatibilidad”, según Arrow o “intrínsecamente inestable”, dixit el barbudo de Tréveris) el caso es que lo uno o lo otro –o ambas cosas a la vez-- son los conceptos que han avasallado a tantos dirigentes políticos, cuya expresión más reciente es Enrico Letta. Abro paréntesis: ¿sabemos cómo le han sentado esas palabras a Epifani, el anterior primer dirigente sindical de
Entiendo que la política –y más en concreto el sector mayoritario de la izquierda-- ha perdido una batalla; y lo peor es que ha sido derrotada sin plantar cara. O, en otras palabras, la política no se ha confrontado con la coerción exógena que se ha impuesto a la democracia. Mejor dicho, no sólo no se ha confrontado sino que finalmente se ha negado a sí misma admitiendo la actividad sancionatoria de unas autoridades económicas (que no han pasado por las urnas) a quienes han cedido todo el poder de regulación. El mantra de estas autoridades que solo cuentan con su autolegitimación es la «eficacia», lo «óptimo» para el mercado. Así las cosas, lo esencial es que el mercado sea libre: poco importa que los individuos no lo sean. Más todavía, ¿cuándo fue la última vez que la izquierda mayoritaria se preguntó si tenía sentido considerar «óptimo» un mercado que podría adaptarse a la «exclusión definitiva» de una inmensa parte de la población? Posiblemente la última vez fue cuando empezó a considerar que la política social es un simple apéndice de la política económica, un mero adjetivo que sirve solamente de reclamo en las campañas electorales … para no cumplirse.
Pero ¿qué «eficacia» es esta? Porque, para decirlo con palabras de Antón Costas «la desigualdad se ha convertido en una plaga de nuestro tiempo» (2). Una desigualdad que tiende a cronificarse por los cuatro puntos cardinales. En definitiva, ya sea la «incompatibilidad», que decía Arrow o la “inestabilidad”, según Marx, algo es claro: la lógica desigualitaria que provoca el mercado está chocando abruptamente con la lógica igualitaria que formalmente propone la democracia.
Punto final. Como digo una cosa, digo la otra: este blog se felicita de que Enrico Letta haya superado felizmente la moción de confianza; de ella ha salido derrotado su oponente, el caballero de la grotesca figura.
(1) Jean-Paul Fitoussi en La democracia y el mercado, Paidós Studio (2004)
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