Mi amigo Antonio Lettieri ha escrito un importante artículo, titulado La Telecom e l’eutanasia di un paese malato (1). Conviene leerlo despaciosamente. El autor inicia su reflexión planteando que en Italia se ha perdido “substancialmente la industria del automóvil, mientras que la siderurgia se encuentra en un estado agónico”. Y cita los casos de importantes empresas como Telecom, Alitalia y Ansaldo. Añade nuestro hombre que «en cualquier país normal el gobierno estaría en alarma roja. Enrico Letta se expresa en Nueva York con una modernidad “desprejuiciada”: Telecom es una empresa privada, por lo tanto es el mercado quien decide».
La primera consideración es: ¿en que fuentes bebe Letta su pensamiento político? No queremos ser excesivamente aspavientosos pero no es exagerado decir que este caballero se escapa de cualquier calificación que le sitúe en los alrededores de la izquierda. Por otra parte tampoco sería descabellado decir que dicha afirmación no repugnaría al mismísimo Rajoy, aquel que dijo: «Poca cosa puedo hacer yo».
Digámoslo sin requilorios: Letta bebe en las mismas fuentes que la derecha: la que «pretende emancipar al Estado de su sustancia garantista y de derechos», usando la expresión de Javier Terriente (1). O lo que es lo mismo, volver al estado de naturaleza del que nos habló el viejo Hobbes. Porque si es el mercado quien decide, ¿para qué queremos al Estado, para qué queremos, por ejemplo, a Enrico Letta? No es, por tanto, una «modernidad desprejuiciada»; es, si me lo permite Tonino Lettieri, una vuelta a la caverna prepolítica.
La segunda consideración es: la frase de Letta no es ya un contagio epidérmico. Es un cambio de metabolismo en, al menos, determinados grupos dirigentes del Partito democratico italiano que han entrado –no sabemos si definitivamente o no como tampoco sé si es mayoritario en el conjunto del partido y qué elementos de correción introducirá, si puede, Epifani-- en el terreno de la indistinción con el fundamentalismo neoliberal.
La tercera: así las cosas, nos encontramos con que las derechas acentúan sus rasgos distintivos más fuertes, recuperando incluso la ferocidad de sus orígenes, mientras que la izquierda (de Letta) se desvanece y parece aceptar las prácticas de aquellas: neutralidad ante el mercado e intervencionismo en la liquidación de todo un elenco de instrumentos y bienes democráticos. Así que, ustedes dispensen: el problema italiano central no es otro que la inexistencia de una izquierda digna de ese nombre.