El desprestigio viene de arriba es un breve artículo del eminente sociólogo Juan José Toharia. Ruego que se lea ese trabajo con detenimiento, pues sus datos son reveladores del estado de ánimo de la ciudadanía. Toharía en su investigación anota la opinión de la gente sobre determinados colectivos, estamentos e instituciones. Los más valorados, con nota alta, aquellos que están afectados por los recortes; los menos valorados (se diría que despreciados por la bajísima puntuación, que está a la altura del zócalo) los bancos y los partidos políticos. Por ese orden, esto es, los partidos políticos están por debajo de las entidades bancarias. Nada hay de sorprendente en esta reacción de la ciudadanía. Es como si el personal pensara que los bancos están haciendo lo que le es propio en estas circunstancias de hegemonía neoliberal, mientras que los partidos políticos no están a la altura de sus responsabilidades.
Que los partidos sean vistos de esta manera tan indiferenciada podría tener, tal vez, una explicación, que expongo en clave de hipótesis: la gente entiende que los partidos que cuentan son los mayoritarios, los que deciden de qué manera hay que contar las habas; los partidos minoritarios, en esa tesitura, no cuentan, y como no cuentan sólo merecerían, en esa conjetura, un ligero ascenso de votos de vez en cuando, que no les saca de la periferia de la política. En todo caso, también los minoritarios acaban apechugando con la desconfianza generalizada de la gente.
Lo chocante es que a la derecha no parece preocuparle esta desconfianza: esa desafección es un elemento que desactiva la participación en la política, desviando las ganas de intervención del común de los mortales en la cosa pública hacia organizaciones no gubernamentales, asociaciones monotemáticas y diversos tipos de voluntariado. Que son imprescindibles, pero que no intervienen directamente en la variación de las relaciones de poder político. Podría ser que la derecha disponga de estudios econométricos acerca de cuál es el nivel mínimo tolerable de participación electoral para seguir gobernando o siendo un agente que, si pierde las elecciones, siempre será alternativa de poder.
Ahora bien, soy incapaz de saber (y ni siquiera intuir) qué opina el partido mayoritario de la oposición, empeñado en que sólo el desgaste de la derecha les devuelva el acceso a las covachuelas ministeriales.
Dicho lo cual, quisiera ser constructivo, pero los calores agosteños no me dejan cavilar. Otra vez será.