Cada ejemplar de la diversa zoología política que se encuentra implicado en casos (presuntos o verídicos) de corrupción lo primero que declara ante los medios es: «Yo estoy tranquilo con mi conciencia». Pero esta retórica nada nos dice sobre qué tipo de conciencia tiene el sujeto en cuestión y qué entiende por tener tranquilidad de conciencia. Por lo demás, la «conciencia» es algo tan personal que, como elemento moral, no quiere decir absolutamente nada. A nadie se le pide que tenga la conciencia tranquila o intranquila sino que obedezca las leyes. Así pues, se puede tener la conciencia tranquila en el caso de Bárcenas y otros tantos y, sin embargo, ser un descomunal contenedor de inmundicia. Más todavía, por algún efecto físico que todavía desconocemos se puede poner «la mano en el fuego» por Fulano y Mengano y no salir chamuscado.
Por otra parte, el eternamente joven diputado convergente Carles Campuzano es otro de los que parece insinuar indirectamente que el sector privado tiene «la conciencia tranquila». Su propuesta es que se puede aprender del sector privado para combatir la corrupción (1). Por supuesto, no seré yo quien le contradiga, también del sector privado se pueden sacar enseñanzas. Es más, nadie el monopolio de dicha enseñanza. Sin embargo, lo que silencia el diputado convergente, con una picardía política digna de apuntar maneras, es que esencialmente el gigantesco quilombo de la corrupción es el resultado de una alianza entre el sector privado y la política: la promiscuidad del parné con las instituciones. Rara avis este político convergente que ha olvidado la fraternidad sospechosa entre Casinos de Lloret y sus correligionarios de partido. Que ha echado pelillos a la mar los casos de los empresarios Javier de la Rosa y Mario Conde. O las mutuamente beneficiosas relaciones entre Correa y ese tal Luis “El Cabrón”. Que pasa olímpicamente de los privados Prenafeta y Alavedra. O de Millet y los mafiosamente privados rusos que han untado a Crespo. Y no hablo de Díaz Ferrán, durante un largo tiempo premier de los privados para no hacerle más dura su estancia en la cangrí. Ni mucho menos miento a otro privado, Jordi Pujol Ferrusola, porque este privado empeña su negociado a la mayor gloria de la soberanía de Catalunya.
Seguro que más de uno me dirá que faltan los casos de Fulano y Mengano, Zutano y Perengano. Sea. Pero, oiga, esto no es el listín telefónico.