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DESREGULAD, DESREGULAD,MALDITOS

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(Primeros apuntes para un estudio más sosegado)


La CEOE insiste machaconamente en desregular, todavía más, el mercado de trabajo. Lo cierto es que sorprende la tendencia al suicidio de la patronal orgánica española.

Digamos abruptamente que a finales de los años setenta del siglo pasado se inicia el camino que lleva a la derrota del capitalismo industrial de manos del capitalismo financiero. El capitalismo financiero toma el relevo y, de la mano del neoliberalismo, ocupa los ganglios más sensibles de la economía, pone a subasta la democracia y propone un modelo de sociedad. La potencia de tales mensajes caló profundamente en ciertas fuerzas de la izquierda política: el caso más paradigmático fue el de la llamada tercera vía de aquel Blair a quien el maestro Vázquez Montalbán llamó sarcásticamente la sonrisa de la señora Thatcher.

Pero la burguesía industrial no cayó tampoco en las repercusiones que iba a tener en sus propias espaldas el enseñoramiento, económico y político, del neoliberalismo en manos de los poderes financieros, que se ha agravado en España debido a la histórica dependencia estructural de la industria con relación a la Banca.  

Quedamos, pues, en que los poderes financieros han derrotado –tal vez definitivamente--  a los capitales industriales.  Esta nueva situación está comportando que el proceso de innovación-reestructuración no está siendo dirigido exactamente por el capitalismo industrial que, de momento y quizá para siempre, ha perdido la hegemonía cultural y política. En nuestro país, con su endémica precariedad de capitanes de industria,  esta situación es todavía más visible. (La única excepción de ese déficit ha sido Pere Duran i Farell; no cuenta la del efímero Ignacio López de ArriortúaSuperlópez, que, al menos en nuestro país, fue un bluff). La burguesía industrial está, hoy por hoy en España, ayuna de proyecto, y el único que parece tener no es otra cosa que la subalternidad de los capitales financieros. Es más, ni siquiera ha sabido reaccionar ante la pérdida de prestigio de la industria –y de valoración social del trabajo industrial--  en nombre de una sedicente modernidad.   

Todo ello ha supuesto en estos últimos 30 años, entre otras cosas, un proceso  de descapitalización tecnológica y pérdida de conocimiento, en sectores industriales estratégicos, y una pérdida de centralidad de la empresa industrial. Lo que, además, la incapacita para ver qué mecanismos de freno taponan su eficiencia. De ahí su obsesión para encarar de lleno esta fase de innovación-reestructuración en el cuadro de la economía-mundo, ya globalizada. La burguesía industrial española, así las cosas, no ve más allá de la exigencia de la desregulación del mercado de trabajo, la eliminación de derechos sociales y el ataque sistemático al salario. Esta obsesión le llevó a desdecirse estúpidamente, por ejemplo, de la firma del Acuerdo nacional para la negociación colectiva, una vez firmado, al ver la contundencia de la reforma laboral del 25 de enero de este año. Prefirió perder lo que le quedaba de aparente independencia de los poderes financieros y políticos en aras a la defensa de unos intereses propios que le llevan a ella a la marginalidad y a la sociedad española al desastre.  

Esta dependencia (que hunde sus raíces en las tradiciones empresariales españolas, también las catalanas, siempre en demanda de proteccionismos gubernamentales) de los poderes políticos –y hoy, además y sobre todo, de los financieros les impide tener un proyecto de renovación de la industria en general. Lo único que ve, con sus deformadas antiparras, es la desregulación. Que no es otra cosa que el estrangulamiento de cualquier reforma, digna de ese nombre, orientada a la puesta al día del, cada vez más escaso y endeble, tejido industrial.


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